miércoles, 1 de marzo de 2017

Una historia con final.

Habían pasado 4 años desde la última vez que se vieron Sandro y María. En algún momento, María se había mudado a la gran ciudad, ella trabajaba como modelo, era imagen de grandes revistas y corporaciones ubicadas en la capital. Por el contrario, Sandro todavía vivía con su querido padre en la pequeña ciudad. Él ejercía de abogado, noblemente defendía a mentirosos delante del juzgado.

Un día de marzo, Sandro va caminando por la vereda luego de salir de la oficina. Por cosas del destino, él voltea y observa la figura de una mujer conocida. La curiosidad lo impulsa a acercarse y saludarle: Era María.

- Tenía unos cuantos años sin verte. --Dijo Sandro-. Los años que pasan te sientan bien.
- Chico, ¡me asustaste! -Dijo María- Casi no te reconozco, tú también has cambiado.
- ¿Y eso? tú por aquí... Había escuchado que te mudaste a la capital.
- Sí, es cierto. Estoy de paso visitando a mis seres queridos. Esta noche vuelvo a la ciudad -Dijo Ella-.
- Oye, ¿por qué no nos sentamos en la plaza y hablamos un rato? tengo mucho que contarte...
- Lo siento, no puedo. Estoy apurada, pero déjame anotar tu nro y contactamos otro día.
- Me parece bien, anota. !Hasta luego! esperaré tu llamada -Dijo Sandro-.

Al volver a casa, Sandro no dejaba de pensar en María. Estaba volviendo a sentir lo que hace un tiempo él creía haber dejado de sentir. Él había tenido a otras mujeres pero el recuerdo de María siempre lo perseguía como cazador furtivo. Él había aprendido a vivir con eso: la imposibilidad de enamorarse porque ya él estaba enamorado. Sandro siempre fue una persona muy sentimental y espiritual, pero había dejado esa vida en un segundo plano y estaba enfocado solamente en su trabajo. No porque consideraba el trabajo lo más importante en su vida, sino porque hubo un tiempo donde por tener corazón y fe, lo juzgaron de "hombre débil".


Por su parte, María lo tenía todo en su vida: salud, lujos, placer. Se había enamorado de Alberto, un hombre que le daba todo lo que ella demandaba. Le daba todo, excepto lo más importante: amor y fidelidad. En el fondo, María no podía ignorar este gran hecho, pero había sacrificado su corazón a cambio de una vida de lujos y eso era lo único que ella pedía. Hasta que una noche, el alma encerrada en su cuerpo quiso salir y recobrar su valía: quería amar y sentirse amada. Alberto esa noche estaba acompañado de par de putas, para eso se había excusado que tenía que hacer un "viaje de negocios".

María ya no soportaba tantos viajes de negocios, y por un destello de su mente, llamó a Sandro, que siempre estuvo esperando esa llamada:

- Aló, ¿Sandro?-
- Sí, diga, ¿quién habla?-
- Soy María. Te llamaba para ver si aún quieres sentarte a conversar conmigo-.
- Pues claro! precisamente mañana tengo que ir a la capital a hacer un papeleo (era mentira) y al terminar mis diligencias, te llamo y te digo dónde nos vemos-.
- Perfecto! entonces nos vemos mañana! -Dijo eso y colgó-

En el momento de la llamada, Sandro estaba acompañado de su padre, el cual todas las noches, siempre se sentaban a conversar antes de dormir. Sandro amaba mucho a su padre. Y amaba a María casi tanto como amaba a su padre. El viejo escuchó la llamada, y al ver el brillo en los ojos de su hijo, no quiso advertirle sino más bien alentarle a que fuera a ese encuentro. Esperaba que su hijo pudiese amar a alguien sin los errores que él había cometido en su vida. Le dijo que no se preocupara por faltar al trabajo ni tampoco por dejar a este viejo ya casi moribundo atrás, le dijo lo mucho que lo amaba y le deseó suerte.


Sandro emprendió su viaje y llegó temprano por la mañana a la capital. Estaba ansioso por ver a María, pero le había mentido diciendo que tenía unas diligencias que hacer. Aprovechó ese tiempo muerto para visitar a un buen amigo de la infancia que también vivía en la capital. Por la tarde convocó a María para verse en un café ubicado en un viejo museo.

Sandro sentado fumando un cigarro y tomando café mientras esperaba... Y ve la figura de María acercándose. El corazón se le detuvo por unos segundos y posteriormente empezó a latir más fuerte. Se levanta de la silla para abrazarla y saludarla. Ambos se sientan y con una sonrisa dibujada, se miran en silencio por unos cuantos minutos.

- Estoy muy triste. -Dijo ella- He estado enamorada por mucho tiempo de un hombre que lo único que hacía era ser infiel.
- No parece que estuvieras triste, además, ¿qué clase de hombre es capaz de engañar a tan belleza de mujer?
- Gracias por el halago -Dijo María mientras sonreía-.

Empezaron a caminar mientras se contaban cada detalle del tiempo en que estuvieron ausentes. En todo momento, Sandro de arrebato quería besarla y decirle que la amaba, pero que sabía no podía hacerlo. Mientras María, confundida, pensaba en que tal vez le estuviera haciendo daño al pobre Sandro, siempre tan débil. La noche cae y María, sin pensarlo, invitó a Sandro a pasar la noche en su apartamento. Emocionado, él accedió.

Llegaron al apartamento, Sandro se sienta en el mueble mientras observa cada detalle: muchas cosas lujosas entre las cuales resaltan los retratos de la infeliz pareja. María hace la cena y procura la comodidad de su invitado. La noche corría y ellos conversaban y reían, hasta que en un momento, perdieron la compostura y ambos se besaron sin desenfreno, frenéticamente se besaban y se acariciaban. Ya era de madrugada, María toma por el brazo a Sandro, llevándolo a la habitación. Empezaban a desnudarse, Sandro encima de ella, por unos segundos, la miró con ojos brillantes a punto de soltar un llanto. Sandro estaba feliz de estar con la mujer que amaba, pero en cambio, a María le pesó esa mirada de felicidad que le dio Sandro. María empezó a sentirse mal, pensaba que le haría daño a Sandro, y que no quería dejar a su pareja y también que al fin y al cabo, ella también estaba siendo infiel.

La pasión en la cama comienza a sentirse como balde de agua fría. Cuando Sandro intentaba tomar a María, ella endurecía sus piernas, como si en su boca lo deseara, pero en su vientre había un candado del cual él no tenía la llave. Sandro se dio cuenta, se dio media vuelta y durmió.

Por la mañana, María se excusa diciendo que tiene que ir a trabajar. Sandro, estaba obstinado como todo hombre se obstina al ver su pasión siendo ridiculizada, como a un niño que le quitas el dulce justo cuando se lo va a meter en la boca.

Sandro, con su obstinación y la indiferencia de María, quería salir corriendo de ese apartamento y de esa ciudad. Quería largarse a su hogar, a su paz y a estar con su viejo. Casi sin despedirse, Sandro sale por la puerta y enciende su celular. Se da cuenta que tiene muchas llamadas perdidas provenientes de familiares. Ya al salir del edificio, estando en la calle, Sandro devuelve la llamada a ese familiar que insistentemente llamaba en la madrugada. Le iban a dar la peor noticia: su padre, esa misma madrugada, había fallecido a causa de un infarto.

Sandro recibe la noticia caminando en la calle, atónito, deja caer su celular. Y así como cayó su celular, también cayó él. Se desmayó en plena calle. Lo habían recogido del suelo y en una ambulancia lo llevaron al hospital. Sandro despierta enfurecido queriendo irse, las enfermeras y el doctor no lo querían dejar salir, pero en un descuido, él se escapa.

Estaba enfurecido y triste, su padre había muerto y él no estuvo cerca. Compró botellas de agua ardiente y se emborrachó en la plaza de la capital. Estaba borracho y hambriento mendigando en las calles, su psiquis y su alma colapsaron. Se sentía culpable y quería autocastigarse. Mendigó en la ciudad por 10 días. Cuando el hambre era tan fuerte que le causaba dolor, pedía algunos panes a la gente en la calle. En tan solo un día, su vida había cambiado para siempre: su padre había muerto mientras él, por amor no correspondido, lo había dejado solo.

Hambriento, con vino en las venas y ya casi una quincena sin bañarse, entró en un sueño profundo...

- Hijo mío. ¡Despierta!. ¿Qué haces tirado ahí desperdiciando tu vida?-
- Padre, ¿eres tú? - Dijo Sandro -
- Claro que soy yo. Desde que mi corazón falló y dejé este mundo, he estado detrás de ti en cada paso. He pedido permiso para aparecerte en sueños y sacarte de ese abismo al que has caído, hijo.
- Pero, padre -dijo Sandro- ¿qué querías que hiciera al haberte dejado solo por ver a una mujer que lo único que siente por mí, es lástima?
- Hijo, aquí los ángeles están molestos contigo. Eres una persona de corazón muy grande y de fe inquebrantable. Están molestos contigo porque te han dado pruebas de la existencia del cielo, y tú te dejas caer como si todo ha sido en vano.
- Padre, diles que me perdonen, soy un hombre débil. No sé qué hacer padre, no me abandones.
- Levantate hijo, jamás has estado solo. Tú lo sabes. Yo siempre estaré contigo. Has caído 7 veces, a la octava vez, te levantas. Ya la noche termina...

Y Sandro despertó, más firme que nunca. Se sacudió el dolor y retomó su vida. Al volver a casa, hizo su último duelo y honró a su padre. Y sobre María, Él quemó todo recuerdo, todas las fotos les clavó un puñal, las palabras olvidó. Y en una noche inesperada, en sueños... Sandro mató a María sin piedad y sin compasión. Ya era libre para volver a amar.

Pero María no podía olvidar a Sandro. Habían pasado 14 meses desde esa última vez que se vieron. Esa vez en que ella por soberbia usó a ese hombre débil para calmar el sollozo de dolor. Ya ella sabía su verdad: no había podido olvidar a Sandro. Estaba ciega por una vida de lujos y placer que Sandro no podía brindarle. Y cuando lo tuvo todo, no tenía nada, le faltaba Sandro, ese hombre débil que en el fondo era el hombre más fuerte de todos.

Ella lo llamó insistentemente pidiéndole que quería verlo, que tenía algo muy importante que decirle. Sandro accedió. El punto de encuentro fue el mismo café en el viejo museo. Acordaron la fecha y la hora. María llegó puntualmente al encuentro.

Mientras María esperaba, Sandro estaba en camino cuando de pronto le pidió al taxi que se detuviera. Sandro caminó las calles en las que él había mendigado. Caminaba mientras que en su corazón le pedía al cielo que perdonara a María y que lo perdonara a él, porque la iba a dejar embarcada en ese café.

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